La escasez de agua es un problema global que afecta a cada vez más regiones en todo el mundo. Año tras año se baten récords de temperaturas máximas y este año, con el fenómeno de El Niño al acecho, todo indica que no será una excepción. Hace no mucho tiempo, éste parecía un problema que afectaba a zonas muy concretas, pero actualmente es una preocupación generalizada y cada vez más apremiante.
En medio de esta crisis climática, surgen diversas disyuntivas en relación con el consumo de agua. La principal de estas decisiones es si regar, o no regar, los parques y jardines en épocas de sequía.
El césped es un elemento característico de las zonas verdes y, por supuesto, su cuidado y mantenimiento requiere un suministro regular de agua. Lo ideal sería dejar esta importante tarea en manos de la lluvia y confiar en la naturaleza para mantener verdes nuestros jardines. Sin embargo, por desgracia, actualmente no podemos confiar en que la lluvia solucione este problema y surge un dilema ético y ambiental sobre si es justificado dedicar agua a mantener un césped verde y exuberante.
Parecería que lo más sencillo, y hasta lógico, sería dejar de regar el césped. Pero esta medida que, efectivamente, podría ahorrar agua, tendría también un indiscutible efecto negativo sobre la salud y calidad de vida de las personas.
Existen argumentos a favor de regar las zonas verdes, incluso en tiempos de sequía.
Además de la belleza que ofrecen a las ciudades, numerosos estudios demuestran los beneficios que el contacto con la naturaleza aporta a las personas.
Todos valoramos disponer de parques y jardines en las ciudades, especialmente niños y mascotas. Allí disfrutan de un lugar seguro y agradable donde jugar o relajarse y obtener un bienestar psicológico, ya que la presencia de zonas verdes se ha relacionado con la reducción del estrés y la mejora del estado de ánimo.
Por lo tanto, las zonas verdes en las ciudades resultan fundamentales. Las plantas mejoran la calidad del aire al absorber el dióxido de carbono y liberar oxígeno. También capturan el calor del sol y liberan agua en forma de vapor, ayudando así a reducir el efecto isla de calor que las zonas de asfalto y hormigón provocan. De hecho, está ampliamente demostrado que la temperatura en zonas de la ciudades donde existen zonas verdes es varios grados menor que en zonas donde las plantas brillan por su ausencia.
Por otro lado, también podemos encontrar argumentos en contra de regar durante la época de escasez de lluvia. Un riego excesivo, sin control, de las zonas verdes, es una forma de derroche de agua. Especialmente si se utiliza agua potable en lugar de fuentes alternativas, como agua reciclada o de lluvia. En épocas de sequía, cada gota de agua es valiosa y debe ser utilizada de manera eficiente y responsable.
Los beneficios que las zonas verdes nos aportan son muy importantes y necesarios. Es urgente encontrar soluciones para evitar su desaparición.
Ante esta disyuntiva, es importante buscar alternativas que permitan mantener las zonas verdes saludables sin que ello suponga malgastar agua. Si ponemos en una balanza los argumentos sobre regar o no regar las zonas verdes, las ventajas que estos espacios nos aportan son tan importantes que resulta urgente encontrar soluciones para evitar su desaparición.
Una opción, casi una obligación, sería adoptar prácticas de jardinería sostenible. Por ejemplo, el uso de variedades de césped, plantas y arbustos más resistentes a la sequía y que necesiten menos riego. También sería necesario implementar sistemas de riego eficientes, como la instalación de aspersores para regular el consumo de agua, la utilización de riego por goteo o instalar sistemas de riego inteligentes para optimizar y reducir al mínimo el consumo de agua. Medidas como estas pueden reducir significativamente el consumo de agua y ayudar a que plantas y hierba se mantengan en buenas condiciones.
Y, por supuesto, sería también indispensable invertir lo necesario para detectar y eliminar las fugas en la red de tuberías de agua potable. Este ejercicio de dejadez, entorpecido muchas veces por trámites burocráticos o políticos, supone un enorme e imperdonable desperdicio de agua.
Además, es importante educar a las personas, principalmente a las nuevas generaciones. Es necesario concienciar sobre la importancia de la conservación del agua y fomentar prácticas de uso responsable. Informar sobre las consecuencias de la escasez de agua y promover la adopción de hábitos sostenibles puede provocar cambios positivos en el comportamiento de las personas y cambiar, a mejor, un futuro medioambiental que, de otro modo, se presenta muy desalentador.
En conclusión, el dilema de regar o no regar nuestros parques y jardines en tiempos de escasez de agua plantea un dilema ético y ambiental. Las zonas verdes ofrecen beneficios para nuestra salud y calidad de vida, además de beneficios estéticos y recreativos. Sin embargo, también es necesario considerar la necesidad de conservar el agua y proteger los ecosistemas. Adoptar prácticas de jardinería sostenible, promover un uso responsable del agua y detectar y reparar las fugas en la red abastecimiento, son medidas clave para enfrentar el problema y contribuir a la preservación de este recurso vital que es el agua.
Si somos capaces de conseguirlo, dejaremos un planeta mejor del que tenemos ahora y ofreceremos a las generaciones futuras un futuro más esperanzador.